México, la patria infinita que amamos, nuestra tierra dulce y sagrada, hoy yace postrado ante un enemigo que no respeta ni la vida ni la ley: los cárteles de la droga. En este escenario de descomposición, Donald Trump ha puesto sobre la mesa una propuesta que sacude a los hipócritas zurdos y su falso nacionalismo: usar drones para atacar selectivamente a estos grupos criminales.
La presidente Claudia Sheinbaum ha querido envolverse en un trasnochado discurso izquierdista de supuesta defensa de la soberanía, que suena más a eco vacío, respondiendo que “no” a esa opción.
Pero la verdad, cruda como siempre, nos obliga a mirar de frente: Sheinbaum debe aceptar este apoyo estratégico, no por sumisión, sino por necesidad, pragmatismo y porque el México actual exige soluciones urgentes de parte de una autoridad que ya no encontramos dentro de nuestras fronteras.
Primero, hay que preguntarnos sin rodeos: ¿Sheinbaum quiere acabar con los cárteles? En el dudoso caso de que así fuera, la señora no puede aplastarlos por sí misma.
No es falta de carácter, sino que existe una red de complicidades que atraviesa el corazón de Morena y sus aliados. Gobernadores, alcaldes y funcionarios de alto rango han aprovechado de una y otra forma al narcotráfico como un negocio redondo, con un pacto diabólico que sostiene sus arcas y su poder.
Según el Council on Foreign Relations (CFR), entre 2018 y 2024, bajo el mandato de AMLO, los cárteles expandieron su control a cerca de un tercio del territorio mexicano, con un aumento del 24% en enfrentamientos armados entre grupos criminales y fuerzas del Estado en 2023 respecto a 2022.
¿Qué puede hacer una presidente cuando su propio partido está infiltrado por intereses que prosperan en la sombra? La 4T prometió transformación, pero en lugar de purificar el sistema, lo ha anegado de aguas negras. Los cárteles no solo trafican drogas: trafican armas, migrantes, niños, prostituyen mujeres, secuestran, matan, piden piso, extorsionan… y trafican influencias, y esas influencias llegan hasta las cúpulas del poder mexicano.
Segundo, Trump no va a esperar un “sí” formal. Si decide actuar, los drones simplemente serán lanzados, y punto. ¿Se acuerdan qué ocurrió el 2 de enero de 2020 en el aeropuerto de Bagdad? Trump aprobó un ataque con drones contra el general iraní Qasem Soleimani acusado por haber causado cientos de muertes de estadounidenses. Ahí murió.
Y este año, hace solo unos días, el sábado 15 de marzo, Trump ordenó un bombardeo a gran escala contra terroristas hutíes en Yemen (financiados por Irán), eliminando a 53 de ellos.
Estados Unidos no consulta cuando siente su seguridad amenazada, y los cárteles mexicanos —ya declarados como “terroristas” y alineados de facto al Dragón Rojo y sus intereses comunistas hegemónicos chinos— con su flujo de fentanilo —y las 250 mil muertes anuales que han causado— y su violencia transfronteriza, son un peligro claro para ellos.
Si Sheinbaum se empeña en su negativa, quedará como una figura decorativa, una señora que grita “soberanía” mientras las explosiones resuenan en Sinaloa o Michoacán. Peor aún: su rechazo la hará ver como una líder que no supo negociar, que prefirió la postura ideológica roja que además acaba dejando todo igual, al país en manos del crimen, en lugar de iniciar acciones concretas. En este juego, o te sientas a la mesa con Trump y coadyuvas a definir una metodología, o te pasan por encima y te conviertes en un pie de página en la historia que encubrió, por incapaz o cobarde, a los narcos.
Tercero, las Fuerzas Armadas mexicanas no van a declarar la guerra a Estados Unidos por defender una soberanía que los cárteles ya despedazaron. ¿Quién cree que el Ejército o la Marina se lanzarían contra drones gringos en nombre de un orgullo nacional que se pierde en pueblos tomados por narcos?
Esa soberanía que Sheinbaum cree defender es solo palabrería, es una quimera; la perdimos cuando el narco se volvió el verdadero señor feudal de vastas regiones. Rechazar la valiosa ayuda de Trump no es proteger a México; es condenarlo a seguir siendo rehén de criminales que no conocen más ley que la del plomo.
Cuarto, Sheinbaum tiene aquí una oportunidad única para pintar su raya y desmarcarse de AMLO y su delfín “Andy” López Beltrán. Aceptar el apoyo de Trump le permitiría librarse de los compromisos oscuros que las mafias de Morena, entregadas a los “abrazos” al narco, le habrían heredado.
Durante el sexenio de AMLO, la estrategia de no aplicación de la ley permitió que los cárteles crecieran en poder y sofisticación, mientras las remesas del narcotráfico —estimadas en más de 4 mil millones de dólares anuales por algunos analistas— se mezclaban con las finanzas del país. Sheinbaum puede usar esta ayuda como un punto de ruptura, mostrando que su proyecto no está atado a las complicidades del pasado y que está dispuesta a actuar donde otros solo ofrecieron discursos.
¿Se acuerdan de la película El Señor de las Moscas? Vayan a verla. Bueno, pues exactamente eso mismo somos por ahora. México es como la isla tropical donde se desarrolla un caos de niños sin guía, donde los gangsters imponen su voluntad ante la ausencia de una autoridad moral, legal y disciplinada.
Frente a este desastre, Trump aparece como esa fuerza externa que, con todos sus defectos, trae consigo la disciplina y soluciones que hemos sido incapaces de aplicar. Nadie habla de “rendición”, sino de reconocer que necesitamos un aliado con la capacidad de golpear donde la izquierda solo titubea. A problemas binacionales, soluciones binacionales.
Sheinbaum debe verlo como una oportunidad para limpiar la casa, no como una afrenta. Porque, al final, si no actuamos —o dejamos actuar—, seguiremos hundidos en un pantano donde la moral, los valores y la esperanza son solo recuerdos de un México que ya no existe.
Aceptar el apoyo del Ejército de Estados Unidos, para que trabaje en colaboración con nuestras Fuerzas Armadas con todo y drones, no es claudicar; es admitir que solos no hemos podido y que el orden, aunque venga de fuera, es mejor que el crimen que nos devora.
Sheinbaum tiene la oportunidad de liderar esta batalla desde la trinchera mexicana, pactando con Trump un plan que nos devuelva algo de dignidad. Si no lo hace, la historia la juzgará no como la guardiana de la soberanía, sino como la que dejó que el país se desangrara por no enfrentar la realidad.
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