La señal que da Milei con el Presupuesto: en 2025 va a gobernar más solo

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Sin acuerdo en el Congreso, el Gobierno volvió a prorrogar por decreto el Presupuesto 2023. Así, el Presidente evita tener que negociar con la oposición y profundiza la polarización antes de las próximas elecciones legislativas.

El Ejecutivo finalmente se decidió por el camino más discrecional para administrar los gastos del año próximo. No porque el Congreso exigiera muchos cambios para aprobar el proyecto de Presupuesto 2025, sino porque prefirió no ceder nada y gobernar en soledad, más solo aún de lo que viene haciéndolo.

En 2024, buena parte de lo que consiguió el presidente lo logró con aliados del PRO, radicales, peronistas federales, etcétera. Al prorrogar por segunda vez el presupuesto de 2023, sin siquiera haber intentado con mínima seriedad una negociación del proyecto presentado para el año que viene, nos está diciendo que lo que consiga en 2025 será todo mérito suyo. Y si quiere gobernar en tal grado de soledad, con tal distancia respecto a la oposición moderada y los gobernadores, lo más probable es que el Congreso deje de funcionar. Porque, ¿no sucederá lo mismo que pasó con este tema cuando se discutan la ya controvertida reforma política, la esperada reforma tributaria o los cambios previsionales?

Seguramente el gobierno seguirá sacando el máximo provecho posible de las facultades delegadas, hasta que se termine el plazo establecido al respecto en la Ley de Bases, y luego gobernará por decreto, a la espera de que la economía responda positivamente sin necesidad de muchos más cambios. La deep motosierra de la que habla Milei volverá a ser como la que conocimos este año: mucho ruido y pocas nueces. Cierre o congelamiento de algún organismo menor aquí o allá, despido de contratados militantes, eliminación de regulaciones que estén a tiro… no mucho más.

En el ínterin, habrá empezado la campaña electoral, la escena se polarizará aún más de lo que ya está, y a nadie le sorprenderá que el Parlamento se tome vacaciones y los proyectos en discusión se posterguen hasta nuevo aviso. Seguramente habrá sectores económicos que protestarán porque las prometidas reformas se dilaten: lo harán una vez más los productores agrícolas, por las retenciones, y los inversores que ansían reglas de juego más previsibles. Pero si la economía mejora, algún margen tendrá el Ejecutivo para dar buenas noticias. Con un crecimiento del 4 o 5 %, no sería descabellado bajar algunos puntos las retenciones a la soja, ahora que está dejando de ser negocio producirla por la caída de los precios internacionales. En todo caso, serán disgustos menores, que difícilmente provoquen una crisis de confianza con el gobierno y su programa.

Nada de eso parece preocuparle a Javier Milei, además, porque su mira no está puesta en ninguna de esas reformas, sino en las elecciones de medio término. En ellas espera profundizar el vuelco que logró iniciar en la política argentina el año pasado, para volverlo irreversible, provocando la extinción de las fuerzas políticas que todavía se resisten a acomodarse a su visión del mundo. Es decir, todas, salvo el peronismo kirchnerista y el resto de las izquierdas. Para ello, volver a hablarle a la sociedad de espaldas al Congreso, como hizo un año atrás, presentándolo como la máxima expresión de la casta que pone palos en la rueda y defiende privilegios espurios, va a resultarle bastante útil.

Señales al respecto ya nos venía ofreciendo desde antes de disponer esta inédita prórroga presupuestaria por segundo año consecutivo. Lo hizo cuando prefirió quedarse sin sesiones extraordinarias, para no ceder ni un ápice en la agenda que tenía programada. Recordemos que los bloques dialoguistas le reclamaron que incluyera el presupuesto o, al menos, ficha limpia, y no aflojó ni en una cosa ni en la otra.

Otra muestra más la brindó cuando pasó con la velocidad del rayo de proponerle al PRO una alianza “en todo el país y sin excepciones”, que se parecía mucho a una deglución, a volver a soltar sus mastines para que le tiraran toda la mugre que encontraran al jefe de esa fuerza, simplemente porque no se le sometió dócilmente. El vocero le recordó que es una figura que hace años “se quedó sin nafta”; Patricia Bullrich condenó las gestiones de Horacio Rodríguez Larreta, a las que los dirigentes y votantes del PRO consideraban hasta hace poco las mejores experiencias de gobierno de su partido, la mejor carta para mostrar, como un desastre, un festival de estatismo y corrupción. Para completar el show revanchista, todo el arco oficialista se dedicó a despotricar contra el primo Macri por haber desdoblado las elecciones porteñas del próximo año.

El mensaje es, finalmente, bien claro: no hay socios ni aliados, ni compañeros de ruta ni nada por el estilo en el mundo libertario. Hay soldados disciplinados y enemigos; en el medio, solo algunos idiotas útiles, que en general terminan siendo siempre más útiles para el enemigo. Así que lo mejor que puede pasar es que desaparezcan de escena cuanto antes. Esa es la escena que buscará moldear el presidente durante el año próximo: feliz año para las fuerzas del cielo; para los demás, que se jodan.

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