El fervor por Talleres se siente en cada rincón de la provincia durante la última semana. Miles de corazones latieron al unísono, angustiados y expectantes, con la esperanza de que esta vez, finalmente, el destino les devuelva lo que tantas veces les negó. La ciudad vive en un estado de vigilia, entre promesas, rezos y cábalas, porque para los hinchas de Talleres, el fútbol es mucho más que un deporte: es una forma de vida.
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Talleres juega este domingo ante Newell’s y si ocurren algunos resultados, la T puede coronar. «Esta vez se nos tiene que dar», más que una frase con convicciones, parece un ruego al cielo. Desde temprano, en la mañana del sábado, los devotos matadores acudieron al santuario de la Virgen de Lourdes en Alta Gracia. Otros, ya habían ido durante la semana, pero la ansiedad no reconocía días laborales. Entre ellos, Oscar, de 75 años, se presentó con su camiseta histórica de la Copa Conmebol. Su Peugeot azul estacionado cerca del santuario parecía un detalle insignificante, pero para los hinchas, los colores importan hasta en los mínimos detalles. «Vine a pedirle a Dios finalmente eso. Se nos tiene que dar«, expresó mientras permanecía inmóvil, en una mezcla de nostalgia y esperanza.
No muy lejos, Marcos y Agustín, jóvenes de 22 y 23 años, reafirmaron su fe a su manera. Ambos, con la camiseta de Botta y Portillo, rezaron con el mismo entusiasmo con el que suelen alentar desde la popular. «Vinimos al santuario porque hay que usar todos los recursos, incluida la fe, para que el domingo se dé el milagro. Esperemos que podamos dar la vuelta y bordar la otra estrella que tanto soñamos«, dijeron con la ilusión a flor de piel.
En el santuario, las camisetas de Talleres iban y venían en un desfile constante. Padres, madres, hijos y abuelos repetían un ritual cargado de emociones. Marta, una mujer de mirada firme, optó por no hablar, pero sus gestos lo dijeron todo. Mojó con agua bendita el escudo de su camiseta y, con una leve sonrisa, se retiró. Detrás de ella, estaba Vicente, un niño que no superaba los cuatro años. Se sentó en un banco sin que sus pies tocaran el suelo, convencido de que su equipo, de la mano de Guido Herrera, será el ganador.
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La devoción por Talleres no se limitó al santuario. En cada esquina de la ciudad, el tema se repitió como un mantra: en el bar, en el kiosco, en la carnicería y en el supermercado. Cada conversación giró en torno al partido del domingo. Las historias se entremezclaron, pero todas coincidieron en el deseo colectivo de romper con la maldición de las finales perdidas.
Javier, con su voz cargada de emoción, resumió el sentir de los hinchas: «Está complicado, pero hay que tener fe. Hay que creer. Tarde o temprano se nos va a dar. Ojalá sea este domingo». Por su parte, Florencia, reafirmó su confianza: «La fe está intacta. Confío en el cacique y en los jugadores. Ellos van a dejar todo».
Así transcurren las horas previas al gran partido. Talleres no solo busca un título, busca la redención, la recompensa a tantos años de sufrimiento y fidelidad inquebrantable. En cada camiseta mojada con agua bendita, en cada rezo y en cada lágrima contenida, se percibe una pasión que no entiende de lógica ni de imposibles.
El domingo será el día en que el hincha sabrá si los santos, la Virgen y el fútbol les harán justicia. Mientras tanto, la ciudad seguirá latiendo al ritmo de la ilusión. Todos estarán allí a las 19:15. Las calles estarán en silencio. Las redacciones no tendrán periodistas. Las carnicerías no tendrán cuchillos en las manos. Las parrillas no encenderán el fuego. Porque Córdoba entera estará frente a una pantalla, en una radio o en el mismísimo estadio.
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Amadeo, Paco, el Hacha y todos los corazones albiazules acompañarán desde el cielo, orgullosos de un pueblo que nunca dejó de soñar. Valencia no podrá contener las lágrimas si la gloria llega, y aquellos que vivieron la final con Independiente sentirán que finalmente todo valió la pena.
Será un momento donde el tiempo se detendrá, donde cada hincha cerrará los ojos y, con el corazón en la mano, soñará con el triunfo tan anhelado. Porque esa pasión albiazul no conoce derrotas eternas, solo sueños que insisten en hacerse realidad.