Viaja hace ocho años, lo secuestraron y estuvo preso pero nada lo para: solo le faltan dos países para conocer los 196 que hay

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Sueño. Deseo. Obsesión. Desafío personal. Hacer historia. Vaya a saber qué es lo que mueve a Nicolás Pasquali (32) a querer conocer todos los países del mundo. Pero nada parece detener a este licenciado en administración de empresas y especialista en finanzas a llevar a cabo lo que para cualquier mortal puede ser una misión imposible. Hace ocho años que está viajando, conoció 194 países y le faltan sólo dos para completar todos los territorios del planisferio: Sudán y Corea del Norte.

«Hace varias semanas que vengo haciendo gestiones, trámites, buscando contactos para poder entrar a Sudán (Africa), un país de los llamados peligrosos por su situación humanitaria y la inestabilidad política. Es un lugar complejo, como Corea del Norte, que están cerrados para el turismo. Pero bueno, no pierdo las esperanzas que salga antes de fin de año lo de Sudán, que al día de hoy tiene más posibilidades que Corea, país que está enviando soldados a Rusia para la guerra con Ucrania».

Pasquali habla con Clarín desde Arcisate, localidad del norte de Italia cerca de la frontera con Suiza, donde se reencontró con un viejo amigo y que además resulta una suerte de base para concentrar todas sus pertenencias que fueron quedando desperdigadas en distintos puntos europeos durante estos años.

«A la distancia se idealiza esto de viajar por el mundo, pero no se tiene idea del trabajo que representa, por lo menos respecto del tipo de viaje que hago yo, que no se sintetiza en un touch and go. Yo viajo a fondo, porque podría haber recorrido el mundo en sólo dos años», asegura.

También profesor de tenis, Pasquali ansía con ser «el único argentino en lograr esta travesía y formar parte del selecto círculo de 325 personas del mundo que han visitado todos los países».

Como abogado del diablo, Clarín consultó sobre quién verifica el número de países, quién constata que, por ejemplo, visitó 194 y no, digamos, 125. «Hay dos empresas que se encargan de validar los viajes que uno ha hecho: NomadMania y Most Travel People, a las que se les envían pasajes, boarding-pass, millas, fotos y todo tipo de comprobante que ratifique cada lugar visitado».

Nicolás Pasquali (32), en un tanque de guerra en Nagorno Karabaj, la zona de conflicto entre Armenia y Azerbaiján.

Dice Nicolás que viajar es sinónimo de libertad, de no tener que rendir cuentas y de hacer lo que siempre anheló y por lo que luchó y se sacrificó durante mucho tiempo.

«Entre mis 18 y 23 años me deslomé laburando y ahorrando cada peso ganado con el fin de viajar, pero viajar a full. Invertí mi tiempo durante aquellos años trabajando en un banco, dando clases de tenis durante muchas horas y hasta manejando un Uber en las madrugadas, todo junto para poder hacerme cargo de esto», gesticula este trotamundos con el que se puede estar hablando horas…

Subraya que le gusta viajar solo, pero «si en algún momento no comparto lo vivido implosiono, y tampoco serviría de nada toda esta historia. Y hablar con vos -puntualiza-, hacer esta nota, también es como una terapia, porque siento que semejante esfuerzo despierta algún interés. En estos ocho años estuve cinco veces en Buenos Aires visitando a la familia y a los amigos. Y en diciembre volveré para recargar baterías».

En Guinea Bissau, uno de los países más pobre de Africa Occidental, donde estuvo once días en una isla sin señal.

Habla de curiosidad, de ganas de aprender y de mucho estudio antes de emprender hacia cada destino. «Busco adentrarme en la cultura, en la religión, en los problemas sociales o bélicos que puedan acechar. Por eso vuelvo a esto de no romantizar cada viaje… Cuesta un montón entender la vida de la gente de ese lugar, sus costumbres, la gastronomía, a mí me interesa todo. A veces me frustra no poder explicar bien el sentido de todo esto».

Situaciones traumáticas

Viajar, dice Nicolás, es sinónimo de libertad. Vaya paradoja, estuvo dos veces detenido y otra secuestrado en este periplo con todos los condimentos. El más picante fue hace cinco años, cuando se encontraba en Mauritania, África, cruzando un territorio llamado Sahara Occidental, actualmente en disputa.

«Estaba en auto con un amigo francés y en la ruta nos hicieron dedo y se subieron dos personas que hablaban árabe. Venía bien la mano, pasamos una zona de conflicto, entramos a Mauritania y las dos personas que estaban con nosotros, que hablaban árabe, tenían en su celular la bandera del grupo terrorista al que pertenecían y prefiero no mencionar. Uno de ellos obligó al chofer a salirse de la ruta y nos llevaron a un campamento donde nos tuvieron retenidos tres días».

«¿Nos sacamos una foto, Nicolás?», le pidieron dos militares iraquíes después de soltar al argentino tras 48 horas detenido.

Recuerda ese momento «como una pesadilla. Me asusté muchísimo, tuve que hacer terapia y necesité volver a la Argentina. ¿Qué recuerdo de aquella vivencia? Nos daban de comer, nos obligaban a rezar con ellos y sólo nos movíamos para ir al baño… Hasta hoy desconozco las razones del secuestro. ¿Cómo zafamos? En un momento de descuido que nos llevaban a otro lugar pudimos escapar de un auto en movimiento«.

Parece una escena de James Bond, «pero nada que ver, estábamos yendo por el desierto de Sahara, a unos 20 km/h, nos aflojamos el cinturón de seguridad y nos tiramos, caímos en la arena y no nos pasó nada más que el miedo que nos invadía… Salimos corriendo, vimos que no nos perseguían y a unos 400 metros de un camino de asfalto, un camionero nos dejó subir y nos llevó hasta Nuakchot, capital de Mauritania y como vimos que había un despliegue policial y creímos que nos estaban buscando, nos fuimos al aeropuerto».

En 2023 vivió otro momento de esos que el corazón parece detenerse. «Estaba en un taxi por cruzar un punto de control militar en Irak pero el conductor no tenía los permisos necesarios, con lo cual me bajé del auto y me dirigí caminando hasta el check-point, y unos militares armados me preguntaron hacia adónde me dirigía en un lugar tan inhóspito… Les conté que era un turista que quería conocer Irak, pero no les cerró mi historia, me acusaron de espionaje y me tuvieron en una salita hasta que llegara un traductor».

En «la puerta del infierno», en Turkmenistán (Asia Central) «el país menos visitado del mundo», hace saber.

Pasaron dos días y el argentino seguía detenido en el puesto militar. «Hasta que averiguaron mis antecedentes, hicieron sus investigaciones y se dieron cuenta que yo decía la verdad. Me pidieron disculpas y se ofrecieron a llevarme en un auto militar hasta mi próximo destino. Me pasaron su contacto y me dijeron que cualquier problema que llegara a tener en otro check-point, que me comunicara con ellos. ¿Cómo era el lugar? Estuve tras las rejas, pero al menos me dieron una almohada para poder descansar mejor y en las dos noches que estuve jugué al backgammon con los milicos».

Otro contratiempo, también en Africa, fue en la República Democrática del Congo, donde estuvo en la cárcel por negarse a pagar una coima. «Me pedían 300 dólares para cruzar la frontera y entrar al país, cuando la visa para entrar, que la tenía en regla, me había costado 250 dólares. Los africanos te piden plata para todo, pero esto ya era una locura… Entonces armé mi carpa cerca del control fronterizo hasta que vino un patrullero y me llevó en cana».

“Me tuvieron tres días preso hasta que me sacó un abogado con el que terminé teniendo tan buena relación que me invitó a quedarme unos días en su casa y me llevó a recorrer la ciudad para contrarrestar la situación por la que había tenido que atravesar».

En Afganistán «con los talibanes, grupo al mando. considerado terrorista por muchos gobiernos».

Pasquali viajó por las grandes capitales europeas, ciudades norteamericanas, paraísos en Australia y Oceanía, pero se detiene en los momentos más lúgubres como los descriptos y aquellos otros que vivenció en varios países en guerra como Somalía, Rusia, Ucrania, Israel y Palestina, entre otros.

«La última guerra que recuerdo es la de Nagorno Karabaj, el punto de conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, país donde estuve en ese momento álgido y pude advertir que el territorio en conflicto le correspondería a Azerbaiyán pero está ocupado por armenios. Entonces eso era una ocupación, como sucede con las Malvinas, pero es un tema muy complejo y no tengo la respuesta final, porque no soy quién, pero en todos esos territorios en conflicto vi cosas tremendas».

En octubre pudo regresar a Mauritania, donde se sacó el trauma después de haber sido secuestrado en 2019.

Fue testigo de escenas sanguinarias. «Vi gente a la que le apuntaron y dispararon… Literalmente le volaron la cara, se le desintegró en el acto… Mentalmente pude soportar pero a la vez tuve el privilegio de ser contactado por gente local y poder estar ahí. ¿De qué me sirvió? Para entender que la vida vale mucho menos de lo que nosotros creemos, y de cuán importante puede ser testigo de cómo vive una parte de la humanidad»

Pasquali dice que el país que más visitó fue Italia, adonde fue 38 veces. Y la tierra asiática que más recorrió es Emiratos Árabes (14) y luego Tailandia (6) e India (6), y en África estuvo 11 veces. ¿Por qué repite tantas veces países? «Porque me gusta dar oportunidades y encontrar pequeños tesoros. Quizás elegí una ciudad en un momento equivocado o no era el clima indicado, entonces decido volver».

Como le sucedió con Mauritania, donde experimentó la mayor pesadilla en estos ocho años cuando estuvo secuestrado. Pero hace poco más de un mes entendió que era el momento de regresar a África. «Era importante para mí sacarme el miedo y tener otra visión después de aquella experiencia tétrica de 2019. Si bien fue peligroso, no me pasó nada en lo personal, y pude tomarme el llamado Tren más peligroso del mundo, de 200 vagones y tres kilómetros de largo, que carga el hierro que se extrae de las minas y es blanco de ataques terroristas».

MG

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